Opinión: “El diálogo es la forma democrática de buscar consensos, la violencia no lo es”

Una de las mayores riquezas que tiene el Ecuador, es su diversidad, producto de un mestizaje que nos ha dado diferentes cosmovisiones que enriquecen a nuestra nación, y que, a pesar del tiempo y las circunstancias, ha mantenido vivas las raíces de donde todos provenimos, y que deben parte de ese norte al que todos, debemos llegar.


La Constitución, reconoce la existencia de la plurinacionalidad y pluriculturalidad, características propias de la nación ecuatoriana, mismas que son fundamentales para encontrarnos como un todo, al que cobija el amarillo, azul y rojo de nuestra bandera.


Somos herederos de la fortaleza de Atahualpa, de la capacidad de resistencia de Rumiñahui, de la firmeza de Fernando Daquilema y de la claridad y entereza de Dolores Cacuango. También llevamos una herencia ibérica, reflejada en el idioma y una cultura común. Es por esto que, después de casi 200 años de República, es inadmisible y grotesco, seguir utilizando la palabra “indio” como epíteto.


El derecho a la resistencia no es un absoluto respecto ni comparable al uso legítimo y progresivo de la violencia; ni a lo siguiente:
El monopolío de la violencia la tiene el Estado, es decir, en las relaciones sociales y políticas de un Estado organizado a través de un ordenamiento jurídico, la violencia no es un elemento a tener en cuenta para las relaciones que mantengan los ciudadanos, ni entre los ciudadanos, ni entre el poder y los ciudadanos. Pero como es humana la existencia de la violencia, esta se la detrae de la posibilidad del ciudadano y se la entrega al Estado para su administración.


Bajo ese punto de vista, el derecho a la resistencia no puede traer aparejada la violencia. Es decir, se puede presentar toda la doctrina encontrada sobre resistencia pacífica, resistencia civil, resistencia de hecho, es decir la inacción; pero no se pueden hacer acciones que estén o traigan aparejadas violencia. Porque, por seguridad general, el Contrato Social del la República del Ecuador, establece que de esto se encarga exclusivamente el Estado, ahora, el mismo tiene aparejadas unas reglas de utilización y un Derecho a la dejación – inacción, pero no a la acción violenta como forma de resistirse a la eventual arbitrariedad, y evidentemente lo que tienen son los Tribunales, no las acciones de hecho, sino las acciones de derecho.


Lamentablemente en las últimas semanas ha vuelto al debate que, cada mes de octubre, nos recuerda un pasado oscuro y gris, pero pasado al final de cuentas. No podemos desconocer la historia, y debemos ser muy cuidadosos al intentar reescribirla, pero algo que sì podemos hacer, es evitar repetirla. Por esto, debemos reconocer lo que somos, y aceptándonos con nuestras diferencias, acordar objetivos comunes que nos empujen como nación, y así, alcanzar los anhelos que por tanto tiempo se han visto truncados para los ecuatorianos.

Y este camino, no puede hallarse a través de la violencia. Por eso, no caigamos en las provocaciones que buscan imponer tesis absolutas, sino incluyámoslas en el debate democrático de las ideas, donde todas ellas confluyan y permitan encontrar consensos que nos beneficien a todos. La democracia y el diálogo, siempre serán el espacio ideal para resolver nuestras diferencias.

Por un Ecuador plural, próspero y en libertad.

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